Manuel Mingorance Carmona (Peligros, 1970) empezó a trabajar con treinta años, pero no porque fuera un ‘ni-ni’, uno de esos jóvenes condenados a una eterna adolescencia por su holgazanería o debido a la falta de oportunidades derivada de la feroz crisis económica, que de todo hay en la viña del señor.
Manolo -que es como le dice la gente- no pudo currar antes de los treinta porque, estando a punto de acabar la carrera de Medicina, le atrapó la vocación de ser sacerdote y no paró hasta lograr el ‘doblete’. Por eso tardó en incorporarse a eso que denominan el ‘mercado laboral’, porque decidió formarse para salvar vidas y almas. Pero desde entonces no ha parado. Es como si quisiera recuperar el tiempo que invirtió en estudiar, como si tuviera prisa por poner en práctica todo lo que aprendió. Tan es así, que a veces da la impresión de que en lugar de un Manolo, son dos, que el original tiene un doble que le sustituye cuando el reloj le sobrepasa.
Hijo de un modesto obrero de la construcción y de una ama de casa -y hermano de un guardia civil-, la agenda de Manolo se parece a la de un político en plena campaña electoral. Está atestada de citas. Normal, porque Manolo es médico de urgencias, párroco en La Paz -uno de los lugares más deprimidos de Andalucía-, el barrio en el que vive, y director de Proyecto Hombre en Granada, una oenegé que acumula una dilatada experiencia en la lucha contra las adicciones a las drogas legales, ilegales y de nuevo cuño.
Total, que Manolo es un torbellino. Y para descansar se mueve más todavía, que también tiene mérito. Corre o monta en bicicleta. «Dos amigos y yo vamos a hacer ahora una ruta en bici por Marruecos. Queremos recorrer los 600 kilómetros que separan Alhucemas de Tánger», informa con ese acento tan ‘salao’ que tienen los vecinos de la Zona Norte de la capital.
A la entrevista llega resoplando y sonriente. Sus respuestas, como su vida, son rápidas pero nutritivas. Merecen ser leídas y digeridas con detenimiento.
– ¿Fue usted un niño bueno?
En general, fui un niño bueno. De mayor ya…, ja, ja, ja.
– ¿Qué fue primero el médico o el sacerdote?
El médico, primero fue la medicina. Quería hacer Filología Hispánica o Medicina. Y al final acerté haciendo Medicina por esa dimensión humana que tiene de ayudar a los demás, de curar, que era algo que había ido conmigo desde pequeño. Y cuando acabe Medicina, ya entré en el seminario.
– ¿Por qué eligió ser médico de urgencias?
Como tenía mucho trabajo en Proyecto Hombre, no podía hacer atención primaria. Me iba muy bien lo de hacer una guardia y volver a los cuatro días. Ahora no puedo hacerlo todo el año. Trabajo unos cuatro o cinco meses. Me apasionan las urgencias. Es más duro, pero es que a mí lo de prescribir, recetar, partes de confirmación de baja… todo eso, pues me gusta menos. Por naturaleza, soy más dinámico, más activo… Me gusta más una guardia en lo alto de una ambulancia: tratar un infarto, accidentes de tráfico… Eso va más conmigo.
– ¿Por qué se hizo cura?
Al final de la carrera de Medicina, descubrí en el ámbito parroquial también la inquietud de ayudar a los demás. La medicina y el sacerdocio eran como la doble cara de una misma moneda. En el fondo, ser médico y ser cura es muy parecido. En el estado del perfil de Whatsapp pongo muchas veces ‘curar y bendecir’.
– ¿Ha salvado más vidas o más almas?
… Creo que no he salvado muchas almas, pero sí he acompañado a mucha gente en procesos tristes y dolorosos. Me gusta acompañar. Y en cuanto a lo de salvar vidas, pues alguna sí he salvado a alguna persona con un infarto. Y es muy gratificante cuando tu preparación y tu experiencia, lo que tú eres, lo puedes poner para dar vida. Eso es muy bonito.
– ¿Y qué es lo más bonito de ser director de Proyecto Hombre?
Ahora, cuando tu compañero me estaba haciendo las fotos en la calle, ha pasado un chaval y me ha dicho: ‘Yo te conozco de algo… ¡Ah, sí, de la cárcel’, porque también estamos en la cárcel. Eso me da mucha alegría. Me llevo muy bien con el mundo político y el mundo institucional, pero lo que más alegría me da es que me saluden los que están en la cuneta de la vida.
– ¿Por qué hay que hacer renuncias para ser religioso? ¿No les resta eso humanidad?
A mí, más que hablar de renuncias me gusta hablar de opciones. No lo podemos tener todo. Cuando optas por una cosa tienes que renunciar a otra. He tenido amigos que igual se han sentido inclinados hacia el sacerdocio, pero la atracción por tener una familia ha pesado más. La vida son opciones. Cuando una persona opta por un hombre o por una mujer también está renunciando a otras personas. Yo siempre he tenido claro que cuando opté por ser cura pues no iba a tener otras cosas. Y estoy contento.
– ¿Se puede ser ateo y santo?
Creo que sí. De lo que se trata es de ser humanos. Igual puede haber más grado de humanidad sin creer que creyendo.
– ¿No le inquieta que al final de la vida no haya nada?
Yo creo que sí hay algo. Estamos hechos para la vida. Poca gente se quiere morir. Incluso siendo muy mayores y estando muy enfermos, nos agarramos a la vida hasta el final. Estamos llamados para la vida y me parece que hay una prolongación de esto. La muerte es como la puerta de entrada a otra realidad distinta. Me resisto a creer que esta actitud que tenemos de inmortalidad, de no querer morir, se acabe con la muerte.
– Usted es párroco en la barriada de La Paz, una de las más castigadas por el desempleo y la desigualdad de la ciudad, y también vive allí. Invite a los granadinos que no la conozcan a visitarla.
Hombre, por supuesto. Aquello está abierto para todos.
– Se lo decía por lo del estigma de lugar conflictivo que tiene.
El estigma y el tabú existen, pero yo vivo allí desde hace dos años y es un sitio magnífico. Estoy encantado.
– ¿Qué es lo mejor de su barrio?
Como en todos los sitios, la gente. Y luego la alegría y la vida que hay allí. Es un barrio muy dinámico. Y lo peor de La Paz es que hay un 70% de paro, que es algo que condiciona la vida. Eso hace que haya actividades que se salen un poco de la ley, porque la gente tiene que vivir…
– Como responsable de Proyecto Hombre en Granada, ¿qué tiene que decirle a la gente que se gana la vida con el cultivo de marihuana?
Esa situación produce un sentimiento un poco ambivalente. Como decía antes, la gente tiene que ganarse la vida… Tendríamos que tener todos un puesto de trabajo o la oportunidad de trabajar. Lo que no sé es si todo el mundo tiene ganas de trabajar. No comparto que se venda ‘maría’ por lo que supone de sufrimiento en la otra cara de la moneda. Es una droga muy peligrosa. La alarma social ha bajado muchísimo. Hace treinta años, con el ‘boom’ de la heroína, había una alarma social impresionante, pero con la ‘maría’ no hay esa alarma. Y es una droga perturbadora… Hasta cierto punto, puedo entender lo que está pasando en mi barrio con la ‘maría’, porque sé cómo vive la gente allí. Desde luego, lo que no parece bien es que la gente se dedique de primeras a cultivar, sin ni siquiera intentar buscar un trabajo antes. Veo que la gente tiene que comer, pero también veo el daño que provoca el cultivo y la venta de ‘maría’. Es que yo luego trato a las personas que son víctimas de eso. Es un problema de salud pública y de seguridad difícil de abordar. ¿Qué pasaría si todo el mundo que cultiva y vende no pudiera hacerlo? Es un tema muy complejo.
– No es blanco o negro…
No, hay matices. Y hay que tenerlos en cuenta. Creo que hasta los mismos miembros de los cuerpos de seguridad saben que la gente que está cultivando no está cometiendo otro tipo de delitos. Este tema tiene muchas caras. Desde luego, mi postura personal es no juzgar a los demás. Cada familia y cada persona tienen sus circunstancias.
– Por cierto, ¿cómo lleva lo del asfixiante olor a ‘maría’ que hay por allí?
Ya estoy adaptado. Uno se acostumbra. Estoy integrado, encajado, en mi sitio… Y contento.
– ¿Se cuela también ese ‘aroma’ en su parroquia?
Sí, pero, ya digo, te acostumbras. En mi barrio huele a marihuana, sí, pero hay olores peores…
– ¿Por ejemplo?
Por ejemplo, el de la corrupción.
– Antes ha comentado el tema de la heroína, ¿es cierto ese runrún de que está volviendo?
Está habiendo un pequeño repunte en el consumo de heroína, pero no es significativo.
– ¿Qué le parece el programa de administración controlada de heroína a los adictos ‘irreductibles’?
Por las referencias que tengo, creo que está funcionando bien. La gente tiene un control de su consumo más responsable, más higiénico y que sirve para controlar las enfermedades asociadas a ese consumo.
– ¿Recuerda cuando se decía que el sida era un castigo divino?
Sí y no lo comparto en absoluto. Hace dos mil años era la lepra… Pero no hay castigo divino. Yo a Dios no lo entiendo como un castigador o un justiciero, sino como un padre.
– ¿Qué adicciones son las que más les preocupan?
Me preocupa el consumo de alcohol entre chicos jóvenes. La edad de inicio está ya en los trece años. El alcohol es una droga muy peligrosa. Me preocupa el consumo de porros, que está muy normalizado, y me preocupa el consumo de cocaína.
– ¿Y la adicción a las nuevas tecnologías?
Cada vez nos están llegando más chicos que tienen este problema. Tenemos una escuela de padres y vemos que hay muchos padres y madres que no saben cómo abordar estas situaciones. El niño se mete en el cuarto, enciende el ordenador y no sale de allí ni se comunica. Ya tenemos algunos usuarios de este tipo y cada vez tendremos más. Habrá un pico, un ‘boom’.
– En estos casos, ¿cuándo se debe pedir ayuda?
Cuando hay fracaso escolar donde antes no lo había. Esa es una alarma importante. Y la falta de comunicación. El otro día me decía una madre: ‘Yo es que no tengo un hijo, tengo un inquilino’. Un inquilino que, además, antes no entraba en casa y ahora no sale. Y al revés: que antes no salía y ahora no entra: llega borracho, pegando voces y se pone con el ordenador.
– ¿Usted se ha drogado alguna vez?
No.
– ¿Pero alguna cerveza sí que se tomará, no?
Me encanta tapear.
– ¿A quién admira?
A la gente que no está en el escaparate. A esas personas que trabajan y son honradas. También admiro a las personas que luchan por recuperar su vida, a los que se han caído y se han levantado, porque son más fuertes que los que no han caído. Eso tiene mucho mérito. Yo he conocido a personas que, por una adicción, han perdido a la familia, la salud, el trabajo, que han pasado de su casa a dormir en un parque, pero se han rehecho.
Fuente: http://m.ideal.es/granada/201611/02/barrio-huele-marihuana-pero-20161023001643-v.html