Las conductas que entrañan riesgos para la salud no han sido importantes en la construcción de la identidad femenina tradicional (Meneses, C., Gil, E., Romo, N., 2010). La investigación intergeneracional de los comportamientos de riesgo nos dice que en las últimas décadas se han incrementado las conductas de riesgo entre las chicas adolescentes comparadas con la generación de sus madres, y que se ha producido una reducción en la distancia tradicional de los chicos y chicas a la hora de asumir riesgos (Abbott-Chapman, J., Denholn, C., y Wyld, C., 2007). Puede que el avance hacia la igualdad conlleve para las chicas adolescentes la incorporación de conductas de riesgo consideradas típicamente como masculinas.
El género debe de ser entendido en el contexto de las relaciones de poder que se dan en la construcción de las identidades sociales (Mahalingam et al, 2008). La clase social, etnicidad-raza, orientación sexual, edad o religión contribuyen a generar experiencias de opresión, desigualdad o privilegio y su consideración como categorías analíticas nos puede ayudar a entender cómo se organizan las conductas de riesgo en torno al consumo de drogas legales como el alcohol.
La frase de Measham “doing gender doing drugs” (2002), señala la conexión entre identidad de género y uso de sustancias, que probablemente sea clave en la configuración de la personalidad del adolescente. Una perspectiva feminista ayuda a visibilizar las razones del consumo de las sustancias, alejadas de su carácter legal o ilegal, y visibiliza las conductas de riesgo y los posibles daños desde el punto de vista de la salud pública.
En España, los últimos datos del consumo de drogas muestran cómo, desde la década de los años noventa del s. XX, las chicas sobrepasan con amplitud a los varones en el consumo de drogas legales (Romo Avilés, N.; Meneses, C. y Gil E., 2014). Esto ha provocado que se intensifique el debate sobre el consumo de alcohol y está obligando a repensar la influencia del sistema de género, así como sus implicaciones en las conductas que se relacionan con la salud, como aquellas que tienen relación con el consumo de drogas legales e ilegales.
La Encuesta Estatal sobre Uso de Drogas en Estudiantes de Enseñanza Secundaria (ESTUDES) permite hacer una radiografía básica sobre el consumo de alcohol (DGPNSD 2014). Según dicha encuesta, dirigida entre jóvenes de 14 a 18 años, aumenta el consumo de alcohol, sobre todo, entre los más jóvenes (14-15 años). El 81’9% de la muestra consume alcohol, estando dicho consumo más extendido entre las chicas. Aumenta la presencia de las chicas, a las edades más tempranas (14, 15 y 16), para patrones de consumo intensivo. La edad media de inicio al consumo se sitúa en 13’9 años. A los 14 años, el 63’1 % de la muestra ya ha consumido alcohol. A la edad de 16 años, más de la mitad de los jóvenes se ha emborrachado en el último año, aumentando dicho porcentaje con la edad. A los 14, 15 y 16 años el porcentaje de chicas que se emborracha es mayor que el de chicos. El patrón en relación al binge drinking es similar. El 62% de la muestra declara haber realizado botellón, siendo el porcentaje similar entre chicos y chicas.
Son más habituales los consumos intensivos (binge drinking y borracheras) entre los que hacen botellón que entre los que no lo hacen. Dicho consumo intensivo de alcohol, se asocia también a un mayor uso de drogas ilegales (policonsumo). Estos cambios en las tendencias epidemiológicas han llevado a considerar el consumo de alcohol un importante símbolo de género.
Esto ha sido particularmente evidente en torno a la conexión entre género y consumo de alcohol en espacios públicos (Measham & Østergaard, 2009). Tradicionalmente, el consumo público ha sido descrito como una forma de demostración de masculinidad; una práctica que, descrita en sentido performativo, pone en valor la representación de comportamientos asociados a la capacidad de aguante y la adopción de riesgos. Desde esta perspectiva, los mayores consumos de sustancias de las jóvenes de la generación actual podrían interpretarse como estrategias que reducen las diferencias de género, introduciendo cambios en las interacciones sociales, lo que contribuye a desafiar las nociones tradiciones de masculinidad y feminidad (Månsson, 2014; Measham, 2008).
Las chicas están redefiniendo el sistema de género a través de prácticas relacionadas con el consumo de alcohol. Los cambios en los patrones normativos de consumo están contribuyendo a revelar toda una serie de rupturas de género dentro de la sociedad española. Rupturas que tienen que ver, en primera instancia, con el hecho de que las adolescentes asocien el consumo de alcohol al placer, así como a hacerlo en espacios públicos.
Esta situación no correlaciona con una mayor aceptación social del consumo de alcohol de las mujeres (Plant & Plant 2006). Lo podemos ver como una consecuencia del incremento de los derechos y libertades de las mujeres. Sin embargo, suele llevar consigo implicaciones morales y la reproducción de discursos tradicionales sobre la feminidad (Day et al 2004). Las chicas que beben “al mismo nivel” que los chicos están subvirtiendo normas y virtudes de una feminidad apropiada proyectada por la sociedad. De ahí que haya autores que señalan que el consumo de alcohol por parte de las chicas se aleja de los discursos del placer, para subrayar el sentido problemático (Rolfe et al., 2009).
“Pánico moral” en relación al consumo de alcohol de las chicas que suele estar conectado a la desinhibición sexual, al miedo a que desarrollen una sexualidad más proactiva, en las que los chicos pasen a convertirse en los objetos del deseo y ellas en las “depredadoras sexuales”(Bloomfield et al., 2006).
No sabemos si “beber como un chico” puede ser relacionado, siguiendo la conceptualización de Spencer (2014), con la idea de “empoderamiento transformador” y/o si de forma paralela, actúa como un factor que contribuye a potenciar ciertas vulnerabilidades, como el hecho de aumentar los casos de relaciones sexuales no deseadas.
El incremento en la iniciación al uso y en el abuso de alcohol, tabaco y otras drogas legales e ilegales entre las chicas jóvenes nos lleva a cuestionarnos si las estrategias de prevención están produciendo los resultados esperados entre las chicas. En el caso del consumo de alcohol, la literatura científica ha subrayado cómo las chicas suelen emplear, en mayor medida que los varones, estrategias protectoras ante el consumo de alcohol (Rosenberg et al., 2011; Benton et al., 2004).
Quizás lo que necesitamos cambiar es el contexto de desigualdad en el que se consumen las sustancias y no trabajar sobre grupos específicos. Esto conllevaría priorizar el empoderamiento de las mujeres de cara a su desarrollo en distintos contextos de desigualdad, no solo en los contextos de consumo de alcohol.
Fuente: Revista PROYECTO Nº87 – Nuria Romo Avilés – Directora del Instituto Universitario de Investigación de Estudios de las Mujeres y de Género de la Universidad de Granada